Mi perfume en tu lado de la almohada.
Y un portazo con el eco de un te quiero.
No deberías haberte ido anoche,
me dices, pero ya me encargué
de dejarte el cielo de la boca lleno de nubes, por si llovía que lo hiciera en tu pecho.
También te dejé el vaho de mis gemidos en el baño, para que al ducharte correrte conmigo.
Y el calor de mis manos acariciando tu cara, en el trago de ese vino, al paso por tu garganta.
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