martes, 20 de diciembre de 2016

Háblame de él

No me gustan los hombres que hacen que se te caigan las bragas.
Me gustan los que las bajan ellos mismos.
Como él.
Y en este caso no es solo literal.
No es que él lo fuera todo. Él era único en ciertas cosas. Único joder. Único.
Para lo bueno y también para lo malo.
Y por lo último supongo que estoy aquí manchando de letras este papel.
Para lo bueno estuve ausente del universo, ausente de cuidar de mi perro, en busca y captura de mi árbol genealógico y fui pulgarcito buscando migas de pan a cada sitio que iba. 
Porque tenía que volver.
Primero fui embajadora del hueco que hay entre sus brazos, luego me convertí en expropiadora de su pecho.
Fue todo mío. Mío joder. 
Y de últimas me lanzaba entre sus brazos como el experto que lo hace con doble triple mortal.
Controlé al principio. Luego era deporte de riesgo. Caer entre sus brazos me hacía inmortal. Luego era una muerta viviente.
Descubrí que no sólo se llora de risa. Oceánica fui a la inversa, primero fui de coño para fuera. Luego fui de ojos mejilla abajo.
Lo que más me jode es que él soltaba a cuentagotas los te quiero. Y eso llena más el vaso. Es el primero que me emborracha con una sola copa. 
Hoy se me cayó el vaso. Y otras cosas menos las bragas.
Y aún así, siento que con lo bonito que fue, con lo intenso, es como hacerle un homenaje a lo que fuimos uno para el otro y a recapacitar por lo que no fuimos estando juntos.
Los puntos finales existen y nosotros tenemos que vomitar las perdices para ser felices, pero cada uno por su lado.

Y que aunque las aves carroñeras vengan ahora a devorar tu cuerpo, que se den cuenta de que tu puto corazón lo tengo yo.
Que coman, que piquen por fuera, malditas. 
Que mío fuiste poco. Pero fuiste todo.
O eso quiero, sentir, creer, morir....

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