jueves, 29 de diciembre de 2016

Resucitar cansa


Cuanto más te pienso menos existo.
En tu jaula podía hacer vuelo raso desde lo alto y ancho de tu espalda.
Los barrotes llevaban entre ellos tanta distancia que podría pasar por el hueco.
Como esas correas extensibles de mascotas, una libertad de broma.
No lo aprecié pero estaban ahí.
Hemos pretendido ser como esas personas que perdonan pero no olvidan.
El problema es que si se perdona, deberíamos olvidarlo.
Pero si no lo olvidas es porque no lo estás perdonando y entonces la memoria nos puede hacer mucho daño.
No se deben aceptar disculpas con los ojos inundados, y menos cuando te piden perdón con los ojos secos.
Tú que te pasaste media vida pidiendo hechos, fueron sepultados de golpe por todas esas palabras que un día ya se las podría haber llevado el viento.
Mis oídos no podían creer lo que escuchaban y tú boca ya podría haber sido más prudente.
Y aún así resucité, otra vez, y resucitar cansa. 
No es cosa de brujas.
De brujas es tener todos los poemas ardiendo metidos en una caja de madera y que no haya ni una puta ceniza al abrirla.

Todo amor merece poesía. 
Pero no todo amor merece cenizas.

Y ahora toda la poesía es tuya. Quémala. 

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